Esta grandiosa y genial obra,
ubicada en la localidad de Comillas (Santander), comenzó a construirse en 1883,
precisamente el mismo año en que Gaudí inicia su andadura en la obra de su
vida, la Sagrada Familia, en la cual trabajará hasta su fatídica muerte en
1926, tras ser atropellado por un tranvía en la capital catalana.
El comitente de tan peculiar
construcción fue Máximo Díaz de Quijano, concuñado del Marqués de Comillas.
Este soltero, aficionado a la música y las plantas, tenía en mente una
residencia al gusto oriental donde pasar sus meses de verano en contacto con la
naturaleza.
¡Y Gaudí cumplió sus expectativas
con creces!
El Capricho, también llamada
Villa Quijano, está compuesta por tres plantas: Un semisótano, donde
originalmente estaban ubicadas las cocinas y cocheras; la planta noble, formada
por la zona residencial; y el desván, destinado a los dormitorios del servicio.
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Armadura de hierro y madera (desván)
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Como ya hemos comentado, una de
las grandes aficiones de Díaz de Quijano eran las plantas. Por ello, la planta
noble se encuentra estructurada en torno a un invernadero, realizado en hierro
y vidrio, materiales fundamentales en la arquitectura del siglo XIX.
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Invernadero, el corazón de “El Capricho”
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Sin embargo, lo que más nos llama
la atención de este mágico lugar son los exteriores. Asentado sobre un
basamento de piedra, El Capricho posee una decoración de ladrillo y azulejos
esmaltados con unos motivos muy curiosos: girasoles y hojas en relieve.
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Azulejos con decoración de girasoles
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El pórtico de entrada a la
residencia merece especial atención. Formado por cuatro robustas columnas
coronadas con capiteles caprichosos, con decoración de pájaros y elementos
vegetales, ilustra perfectamente ese concepto tan gaudiniano de arquitectura como
organismo vivo inspirado y conectado, en este caso, con la naturaleza
circundante.
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Pórtico de entrada
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Pero quizá el elemento más
llamativo de la fachada sea esa magnífica torre cilíndrica con su polémico
remate bulboso, inspirada en los alminares de las mezquitas musulmanas pero, en
este caso, con función absolutamente ornamental.
Ni que decir de las ventanas, con
cierto aire británico, que nos esconden una grata sorpresa. Se trata de
“ventanas musicales” ya que cuando las abrimos los ofrecen un sonido semejante
a unas campanas repicando, efecto logrado a través de un curioso sistema de
tubos metálicos.
Este interés por la música por
parte del comitente lo podemos ver también en dos de las pocas vidrieras que
hemos conservado intactas. En ellas encontramos una libélula tocando el violín
y un pájaro tocando el piano. Sublime interpretación de las dos grandes
pasiones de Díaz de Quijano: la música y la naturaleza.
Sin embargo, este magnífico
“Capricho” no fue tratado como se merecía por los herederos de Díaz de Quijano.
De hecho, sufrió un gran deterioro tras años de abandono, llegando incluso a
hundirse el techo el invernadero. Asimismo, muchos de los azulejos fueron
saqueados.
Por suerte, en 1990 una familia
de la localidad vecina Torrelavega decidió financiar la reconstrucción del
edificio, llevada a cabo por el arquitecto Luis Castillo Arenal. Tras la
exitosa restauración, el Capricho reabriría sus puertas, en este caso como
restaurante de lujo, que permanecería activo hasta 2009.
Actualmente El Capricho se
encuentra abierto al público e incluso se ofrece la posibilidad de alquilarlo
para realizar diversos eventos.