Curiosamente, la hallarían en las resinas y aceites resecos
procedentes del proceso de embalsamación de
las momias. De hecho, con el paso del tiempo, se llegó a popularizar la
idea de que los restos de carne momificada y huesos ofrecían mayores poderes
curativos.
Así, el “polvo de
momia” se convirtió en uno de los productos más populares durante la Edad Media,
capaz de curar heridas, moratones y hasta huesos rotos. Tal fue su demanda que
las momias comenzaron a escasear, por lo que en ocasiones fueron sustituidas por
burdas imitaciones realizadas con cuerpos de ajusticiados, que posteriormente
eran desecados en hornos para crear el efecto de una momia auténtica.
El éxito del polvo de momia duraría hasta bien entrado el
siglo XVI, momento en el cual algunos médicos comenzaron a poner en duda sus
propiedades curativas. Sin embargo, seguiría siendo utilizado como fertilizante
e incluso como pigmento –el llamado marrón momia- hasta el siglo XIX. De hecho,
se dice que el propio Monet, al descubrir que dicho pigmento procedía de
momias auténticas, se deshizo inmediatamente de sus pinturas.
Pero, ¿por qué los cuerpos embalsados de los antiguos
egipcios reciben el nombre de momia? Precisamente por este comercio en torno al
betún, sustancia que los antiguos persas
llamaban “mumia”.
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